viernes, 17 de diciembre de 2010

Detrás de los ojos - Gonzalo Málaga


Hay cosas que puedes cambiar en un mundo que casi no cambia. Puedes cambiar a la gente con la que te juntas, a aquella mujer con la que vas a bailar. Es un asunto de tener los ojos abiertos, de saber dónde fijarse. Y tú te fijas en ella y apuestas. Ella también apuesta, sin saber que en ese momento ha empezado a perder.

Deja que te cuente algo de la teoría del espejo. Lo qué ves es lo que te busca. No  tienes que hacer casi nada, sólo debes mantener los ojos abiertos y esperar, solamente esperar. Todo lo que tiene que hacerse ya lo has hecho antes, aunque temas no recordar. Los restos hacen la memoria del deseo porque nacen de él. Y la distracción no es más que su destructor porque el deseo se antepone a la conciencia. Entonces sabes que debes estar atento. Debes recordar, recordar que a veces es más difícil bajar, debes recordarlo antes de volver a subir. Caminas. Ella baila y te mira. Ves que te mira; y te fastidian las moscas, el mudo y lentísimo revolotear de las moscas detrás de tus ojos. No sabes si cada día ves menos. No sabes si debes tener miedo a no volver a ver. Piensas en algo más terrible que la falta de luz. Piensas en el exceso de luces. Sí, como la muerte, un camino florecido de luces rojas sobre el agua calma, agua negra para beberla con los ojos cerrados en un instante que dura nada y que es quizá para siempre. Ella está allí, intercambiable y bailando. La eliges. Sonríe y te mira como si no le importara mirarte.

La muerte es un anochecer infinito para el que sueña y ha dormido pensando que alguna vez va a despertar, es una perra bellísima que te mira sabiendo que vas a volver a bailar con ella, que vas a volver a revolcarte con ella, como con la de ayer, como con la de la noche de antes de ayer, como con todas las que se han ido llamando a las moscas de volar silencioso. Es nada más un pretexto para alguien que observa. Y te observa. La muerte es el desahogo de alguien que no duerme, que no lucha, que no alcanza porque no busca. Nada más baila.

Se te acerca. Ves su cabello pintado y le hablas: “El rojo te queda bien, ¿lo sabías?”.
Ella nada más baila. Tú sabes que le sentará bien.

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