Todo parece
indicar que al oficialismo se le hunde el bote. La legitimidad con la que llegó
al gobierno va desapareciendo, con justa razón, porque los compromisos que hizo
para llegar al poder los está quebrando. Y no solamente esto. Además,
peligrosamente, la actitud que ha tomado Valdés, respaldado por Humala, se
acerca al estilo fujimorista tan nefasto que vivimos en los años noventa (la
represión a diestra y siniestra del justo derecho a reclamar y salir a las
calles). Demás está decir que los que apoyamos a Ollanta Humala Tasso en la
segunda vuelta fue por un contexto de necesidad que nos exigía elegir, y
hubiera sido irresponsable no hacerlo por más que hoy nos reclamen y hasta se burlen los que no lo hicieron (cayendo
en esa irresponsabilidad que hubiera sido permitir que la mafia vuelva otra vez
a nuestro país), entre él o Keiko Fujimori. Como se dijo en su momento: del
fujimorismo teníamos pruebas, de Humala, no, y cierta vaga esperanza hacía
inclinar la balanza hacia su lado. Se arriesgó y las consecuencias de esa
decisión hoy las vemos. Sin embargo, no todo está perdido. Se está al pie del
acantilado pero aún no se cae. Si bien las bases populares, los jóvenes y hasta
los políticos que apoyaron a Gana Perú y la coalición que subió con él cada día
se decepcionan más y se sienten más abandonados y ninguneados, aún el gobierno
está en la posibilidad de hacer un viraje hacia la representación real de esa
gente que lo hizo llegar al poder (poniendo en ello todas las esperanzas de que
las cosas sean distintas y que dejen de ser los últimos de la fila). No
obstante, para que suceda esto algunos puntos se hacen indispensables y
urgentes: Primero, dejar de fantasear como lo hace Nadine Heredia en su cuenta
de tuíter de que el Perú se ha vuelto el país de la maravillas y que si uno lo
mentaliza mucho todo va viento en popa. Segundo, alejarse de la derecha reaccionara
y déspota que lo único que ha sabido hacer toda su existencia es solucionar las
cosas a base de la represión, la manipulación y el garrote. Tercero, no olvidar
que la vaca fue ternera y que le debe su gobierno a aquellos que le dieron sus
votos y no a las grandes esferas económicas que tratan de manejarlo ahora a su
antojo. Cuarto, y último, comenzar a hacer política, diálogo, al contrario de
lo que creen algunos señorones el pueblo no es un grupo de chunchos ignorantes
con los que no se puede conversar: si hay algo que espera la persona humilde es
que le hablen, que se interesen por su situación, sentir esa confianza, esa
cercanía de poder decir “compadrito, si tú supieras…”.
Si Ollanta
Humala logra estos puntos, y quizás haya más pero creo yo que estos son los
principales, lograría retomar la legitimidad con la que llegó al poder. No es
tan difícil, la receta pide ingredientes hoy casi agotados, pero simples de conseguir
si se buscan con sinceridad: armonía, compromiso y conciencia. Algo que me
recuerda a una canción de reggae de un grupo argentino, pero ese ya es otro
cuento.